2/12/10

Cosas que sí ofenden (en particular a la inteligencia) III - Arruix! (¡Largo!)

“Arruix!” ¡Cuántas veces no habremos leído en la web esta interjección, sea a modo de comentario de artículos publicados en ilustres diarios mallorquines o como entrada en blogs de contenido político. “Arruix!” suele emplearse en estos casos como coletilla final a apostillas poco argumentadas, por lo general bastante zafias y vacuas de contenido. A fuerza de toparme con esta palabreja he llegado a preguntarme si los autores de cuantos exabruptos la acompañan son en realidad un solo individuo o varios movidos, y untados, por un mismo interés que, listado del vocabulario al uso de su gloriosa causa en mano, repitieran hasta la saciedad una misma proclama, que no mensaje, con el único objetivo de que la reiteración acabe confiriendo valor de evidencia a lo que no son más que divagaciones. (En una entrega anterior de las “Cosas que sí ofenden” ya comenté que ésta es una técnica de adoctrinamiento desarrollada por el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética y puesta en práctica a discreción desde entonces por cuantos se consideran estar en posesión de verdades sagradas).

¡Largo… tú que no piensas como toca pensar! ¡Fuera… tú que defiendes ideas contrarias a las mías! ¡Viento… tú que no tienes derecho a opinar! ¡Vete… tú que no mereces vivir en esta tierra! Porque lamentablemente de esto último se trata, de la también llamada solución del “barco de rejilla” a modo de solución final (y la historia de la humanidad está llena de terroríficas soluciones finales). ¿Exagero? A penas. Seamos políticamente incorrectos. En Cataluña teníamos a los “charnegos”. En Mallorca a los “murcianos”. ¿Os acordáis? Seguro que sí, por mucho que intentéis haceros los despistados. Los que decís "arruix!". Os molestaban, estaban de más en estas tierras. Nosotros éramos verdaderos “pata negra” y enfrente los teníamos a ellos, como en West Side Story con los jets y los sharks; unos blanquitos y limpitos, los otros morenitos y "stinking", apestando. Si un jet hacía migas con un shark, los demás le recriminaban su falta de lealtad. Pero más tarde a los sharks y a sus hijos se les ofreció la posibilidad de convertirse en jets. Eran tiempos de normalización y más les valía abrazar la doctrina emergente porque de lo contrario acabarían como verdaderos parias ante extraños y también propios. Así muchos fueron los que optaron por maquillar sus orígenes catalanizando sus nombres y adoptando, por pasiva en la mayoría de los casos, por activa y exceso en algunos otros, el discurso del pensamiento único.

El proceso de darle la vuelta a la tortilla iba camino de ser todo un éxito. Pasamos del totalitarismo nacional-católico, impuesto a la fuerza, al totalitarismo identitario, impuesto vía decretos y leyes de dudosa constitucionalidad y que poco o nada tenían que ver con los programas electorales presentados ante la ciudadanía y respaldados mayoritariamente. Si hubo un tiempo en el que hablar en catalán era imposible en colegios, universidades o para dirigirse a la administración, con el consabido perjuicio a gentes humildes y a habitantes de las zonas rurales, donde apenas se hablaba castellano, que se enfrentaban a tremendas dificultades a la hora de estudiar y prosperar cultural, social y profesionalmente, con la normalización asistimos al fenómeno inverso.

Nunca olvidaré el día en el que un vecino me invitó a entrar en su casa, sacó un magnetófono, cerró puertas, balcones y ventanas para que nadie pudiera escuchar lo que vendría, me mostró, como si de un trofeo se tratara, una cinta de cassette con la senyera por carátula, dijo emocionado “la cançó prohibida” y la reprodujo. A los dos se nos puso la piel de gallina. Se trataba de “El cant dels segadors”. Tampoco olvido que, años más tarde, nuestro profesor de lengua española pasó a serlo de catalán. El primer día de su nueva responsabilidad educativa lloró, delante de todos sus alumnos y no sabría decir si aplaudimos o no, pero realmente la ocasión valía una gran ovación. Son recuerdos de unos tiempos en los que reclamábamos LIBERTAD, con mayúsculas.

Y ahora me pregunto cómo puede ser que después de haber luchado por ella, de haber conseguido acabar con las imposiciones absurdas de la dictadura franquista, fueran de orden identitario, religioso, moral, político o lingüístico, tengamos que reivindicar de nuevo LIBERTAD, y honestidad y decencia democráticas. Nuestra sociedad parece haber renunciado a ellas, se ha acomodado. ¿Cómo sino, a título de ejemplo reciente entre otros muchos que padecemos, se explicaría que la directora de un instituto de Baleares utilice impunemente su cargo y medios públicos para difundir una iniciativa contraria a las declaraciones de un líder político sobre legislación lingüística? Sorprende aún más que, preguntada acerca de tal utilización ilegítima, quedando por ver si ilegal, de recursos institucionales, esta señora conteste que la motivación “es pedagógica, no política” o que el mismísimo conseller de educación, el señor Bartomeu Llinàs, justifique los hechos calificándolos de “reacción a una acción”. (Sobre este asunto recomiendo la lectura del excelente artículo de nuestro compañero Arturo Muñoz en El Mundo / El Día de Baleares, El docente indecente, y de la nota de prensa enviada a los medios por UPyD).

Son los actos reflejo de los totalitarismos. Los comisarios están por todas partes y siempre al acecho: comisarios políticos, religiosos, lingüísticos, sindicales… También los voceros paniaguados y creadores de opinión profesionales. Todos ellos viviendo al calor de las subvenciones que pagamos los ciudadanos vía impuestos, contribuciones y tributos varios.

Hace años tuve la ocasión de interpretar el personaje de Bérenger de la obra Rhinocéros de Ionesco, el padre del teatro del absurdo. En un mundo en el cual primero aparecen unos pocos rinocerontes que destrozan todo a su paso, poco a poco los seres humanos se van transformando en rinocerontes. Todos excepto uno, Bérenger. Si Ionesco mediante la parábola de la “rinocerontitis” denunciaba los regímenes totalitarios, nazismo, fascismo, estalinismo, en los cuales las masas seguían las consignas oficiales sin oponer resistencia, hoy podríamos decir que padecemos de “hipopotamitis”. Los hipopótamos no parecen tan fieros y destructores como los rinocerontes, pero son igual de voraces y, en realidad, temibles y peligrosos. Tenemos hipopótamos por convicción, los menos, por interés, unos cuantos más, o por inercia, la gran mayoría que ha acabado suscribiendo una doctrina que en origen no era la suya. Los poderes reales, y los fácticos también, atentan contra nuestras libertades, pero pocos son los que denuncian tal proceder de cuantos sacan provecho de una sociedad adormecida.

Para el filósofo francés Bernard-Henri Lévy el libre pensamiento “sigue siendo una de las luchas fundamentales de nuestros días. Sólo la libertad de pensamiento es capaz de romper los ladrillos del pensamiento totalitario. Hay que protegerse contra los estados invasores, contra el suelo de prejuicios por el que andamos, contra los pensamientos prefabricados que impiden el pensamiento libre. Es la forma de despegarse de un pensamiento que nos pega al suelo de nuestras tradiciones. […] Hay que cruzar y multiplicar los pensamientos. Los que dicen que cada cultura tiene sus propios pensamientos y hay que mantenerlos inalterados son cerrados de mente. El islamismo radical, por ejemplo, recurre a esta idea. Pero hay que repetirles que la grandeza de una cultura está en la fidelidad a sí misma y la capacidad de adaptar nuevas culturas en su paisaje. Hay que convertirla en un crisol de culturas asumidas. Para tener un pensamiento libre hay que integrar pensamientos diferentes“.

Así pues, seguid escupiendo “arruix!” que los demócratas continuaremos opinando y argumentando.

Kiko